Por Michel Olachea
Luz verde. Otra vez doblé a la derecha... y era
a la izquierda. Esta memoria que me está fallando, virgencita. ¿Qué le voy a
decir a la señorita de la Banca Popular? Si me ha llamado tres veces en la
semana. ¡Ayyy, virgencita! ¡Méndigo bache! ¡Y sin amortigüadores, mira no'más!.
Me están comiiiendo los intereses, si no pago, se pone más triste el asunto.
Pero, ya dije: es la última vez que acepto el préstamo... ¡nuuunca se habían
subido tanto los intereses!
Ni modo, a empeñar el carro. ¿De dónde más saco
dinero?, ¿El compadre? a ese ni lo quiero ver, que no me vaya a buscar cuando
quiera pistear. Se escondió el otro día cuando lo fui a buscar, puras vueltas
he dado a su casa. ¡Qué bárbaro! ¡Pues que le digan a uno que no se puede y ya!
Pero, ¿para qué me dice la comadre que vaya al día siguiente. ¿Los amigos?,
¡n'ombre!, están igual o peor que yo. La gente se espanta cuando uno habla de
dinero. Luz roja.
El alza en el precio de la gasolina se debe a precios
internacionales -dice el locutor del programa radial matutino.
¡Ése no hace más que repetir lo que dicen los políticos! Como a ellos les dan
vales para la gasolina, que salen de los impuestos. ¡Ayyy, virgencita! ¿Cuándo
se irá a acabar todo esto? Suena el teléfono celular. Luz verde. ¿Bueno? ¿qué
pasó mujer? ¿olvidé las pastillas para la presión en la mesa?, pero si
clariiito me acuerdo que las guardé en la bolsa de la camisa... -el carro de
atrás suena el claxón-, fíjate no'más, en una carrerita paso por ellas.
¿Por qué me habrá tocado esta vida a mí? Siempre
batallando. Ahora que deje el carro, tendré que tomar el pesero para ir al
trabajo, mi vieja igual. Un mes no'más, ¡un mes!. Con lo que me den, pago
inmediatamente a los de la Banca Popular. ¡Ya no quiero saber naaada de ellos!.
Que la señorita no me vuelva a buscar para ofrecerme otra vez el préstamo. Le
voy a decir que muchas gracias, pero no. Con este martirio hasta se me subió el
azúcar.
Vuelta a la derecha. Ahí está la casa de empeño,
pintada de amarillo para que se vea a la distancia. El sol veraniego sofoca la
respiración. Las banderitas de colores animan la oferta especial sobre la
plataforma: una pick up Tacoma color rojo, modelo 2005, con letrero que dice "En
perfecto estado". En el recibidor se firma el contrato de empeño. Sólo
200 pesos diarios de intereses, además hay un almacén con vigilancia. ¡Gracias,
virgencita, porque aceptaron el carro!
Al jalar la puerta para salir del negocio de
carros usados una mezcla de sentimientos resuenan como una tambora en el pecho.
La precariedad genera vértigo: sin otra cosa de valor en casa, no habrá más
oportunidades para endeudamientos futuros. El ritmo cardiaco aumenta. Acariciar
la cartera llena en el bolsillo del pantalón tranquiliza la tensión. No hay
tiempo para pensar en mañana. Lo que importa es resolver el instante.
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