miércoles, 1 de octubre de 2025

La perdurable huella de las misiones de la Alta y la Baja California

 



Casi 50 misiones se levantaron entre los siglos XVII y XIX en el territorio que actualmente ocupan dos estados mexicanos y uno de Estados Unidos


Raymundo León/El Sudcaliforniano

La Paz, Baja California Sur.- A lo largo de la Alta y la Baja California se fundaron 48 misiones bajo órdenes religiosas variadas, pero también se construyeron visitas o “asistencias” (pequeños establecimientos subordinados a una misión principal) que ampliaban el área de acción.
El profesor e historiador Sealtiel Pérez Enciso precisó que en la península de Baja California se establecieron 27 misiones entre 1683 y 1834, mientras que en la Alta California se establecieron 21 en un periodo abarcó de 1769 a 1833.
En Baja California, las misiones se ubicaron a lo largo de la península, desde Rosarito hasta San José del Cabo, pasando por Loreto y otros puntos intermedios, muchas en oasis, valles con agua o sitios indígenas.
Las misiones de Alta California se repartieron a lo largo de la costa, desde San Diego hasta Sonoma, siguiendo la ruta de El Camino Real.
La orden religiosa que fundó y administró las misiones en esta región de la Nueva España fue la Jesuita hasta 1767, pero luego de su expulsión por órdenes del rey de España, los Franciscanos y Dominicos asumieron el dominio del territorio misionero en Baja California. En la Alta California, las misiones fueron fundadas principalmente por frailes franciscanos (notablemente Junípero Serra y sus sucesores).
El historiador dijo que el sistema misional en lo que ahora es Baja California Sur abarcó aproximadamente desde 1697, con la fundación de la primera misión permanente, hasta 1833, o en algunos casos un poco después, cuando el gobierno mexicano decretó la secularización de las misiones.
Durante ese lapso hubo tres fases religiosas dominantes: Los Jesuitas (1697 a 1768) que fueron los fundadores iniciales del sistema misional en la península. Los Franciscanos (1768 a aproximadamente 1772), que tras la expulsión de los jesuitas, asumieron temporalmente algunas misiones.
Y los Dominicos (desde 1772-1773 hasta el periodo de secularización), que tomaron el control formal de las misiones en Baja California Sur y administraron muchas de ellas hasta su declive.
Las misiones se distribuyeron por toda la península de Baja California Sur, preferentemente en oasis, valles con fuentes de agua, o sitios indígenas existentes. Algunas misiones se encontraban en la costa como Loreto, otras hacia el interior como San Ignacio, Comondú, y en el extremo sur como San José del Cabo y Santiago.
Entre las misiones que han tenido mayor importancia histórica, arquitectónica o poblacional, explicó el profesor Pérez Enciso, se encuentran Nuestra Señora de Loreto Conchó (1697), considerada la “madre de las misiones” en la región, ya que fue la primera misión permanente. Su iglesia principal data de 1740-1744.
La misión de San Francisco Javier Viggé-Biaundó, fundada en 1699, la cual destaca por su construcción elaborada con nave en cruz latina y cúpula con ventanas y vidrios, siendo reconstruida con aporte arquitectónico significativo en el siglo XVIII.
San Ignacio Kadakaamán (1728). Ubicada en un oasis con palmeras datileras, su iglesia sobreviviente es imponente. Fue construida en época dominica (1786) sobre la base jesuita.
San Luis Gonzaga (Chiriyaquí), originalmente una visita en 1721, elevada a misión en 1737. Las ruinas de sus estructuras sobreviven.
Y San José del Cabo Anuití (1730), situada en el sur extremo de la península, la cual fue escenario de la rebelión de los pericúes en 1733.
De acuerdo con el historiador San Ignacio Kadakaamán es considerada una de las misiones en mejor estado de conservación en Baja California Sur. Su estructura de muro con bloques de piedra volcánica, de hasta 120 centímetros de espesor, le ha permitido perdurar con su planta principal casi intacta. Conserva en su interior su altar principal barroco, óleos antiguos y la imagen de San Ignacio de Loyola.
La misión de Loreto (Nuestra Señora de Loreto Conchó) también conserva elementos arquitectónicos y museográficos. Parte del edificio original fue adaptado como museo misional (Museo de las Misiones Jesuíticas), con exhibición de arte sacro, documentos y objetos religiosos de los siglos XVII-XVIII.
Algunas misiones menos destacadas han perdido los techos o muchas estructuras, dejándose solo muros o cimientos. Por ejemplo, la Misión Estero de las Palmas de San José del Cabo Añuití tiene su fachada exterior restaurada y es visible su puerta original con mosaicos.
Recientemente (2025) se ha restaurado una pintura del siglo XVII en la misión de Mulegé como testimonio vivo de las misiones jesuíticas.
Pérez Enciso informó que actualmente es el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) la institución federal responsable de proteger, restaurar y conservar los monumentos históricos en México, incluyendo las misiones coloniales.
El INAH ha llevado a cabo trabajos de mantenimiento, restauración interior, impermeabilización y protección de muros. En el Museo de las Misiones Jesuíticas de Loreto, parte del edificio original misional, el INAH administra la instalación y sus colecciones (arte religioso, documentos, esculturas) como parte de su programa museográfico.
En casos particulares, comunidades locales o propietarios están involucrados. Por ejemplo, en la Misión San Francisco Borja (en Baja California), una familia propietaria ha mantenido las estructuras y ofrece visitas bajo su cuidado.
También hay proyectos puntuales: el “Mantenimiento Integral del Museo de las Misiones” es un proyecto del INAH para conservar un monumento histórico representativo.
El historiador dijo que en estos templos aún se dan oficios Litúrgicos (misas, bautizos y casamientos, entre otros).
Nuestra Señora de Loreto Conchó
San Francisco Javier (Viggé-Biaundó)
Santa Rosalía de Mulegé
San José de Comondú
Santiago de los Coras
San Ignacio Kadakaamán
Todos Santos
San Luis Gonzaga (ocasionalmente)
Puntualizó que en la época jesuítica, San Ignacio Kadakaamán destacó como la misión más importante de Baja California Sur por una combinación única de factores geográficos, demográficos y estratégicos.
Se fundó el 20 de enero de 1728 por el jesuita Juan Bautista de Luyando (con Sebastián de Sistiaga), en el gran oasis cochimí de Kadakaamán, un sitio con agua abundante y suelos fértiles que posibilitó agricultura sostenida (viñas, higueras, granadas, caña) mediante canales y represas, garantizando excedentes para nutrir a una población creciente y redes de intercambio.
Ese poder agrícola convirtió a San Ignacio en centro de atracción y redistribución en el desierto central. Desde allí, los jesuitas levantaron múltiples capillas y visitas en rancherías vecinas para articular el territorio; las fuentes mencionan ocho capillas promovidas por Luyando y colaboración con Guadalupe de Huasinapí para huertos regionales, consolidando una red misional de amplio radio.
San Ignacio fue además frontera avanzada hacia el norte por más de dos décadas: durante 23-24 años se mantuvo como misión más septentrional de la península habitada por los jesuitas, punto de partida para las exploraciones de Fernando Consag y plataforma para la expansión posterior del Camino Real y nuevas fundaciones.
Su infraestructura revela ambición y resiliencia: además de la iglesia iniciada por Consag (1733) y concluida en 1786, se erigió un muro de contención de más de tres kilómetros contra avenidas del arroyo para proteger siembras y poblado, evidencia de inversión sostenida y organización laboral durante el periodo jesuítico tardío.
Por último, el oasis-pueblo que creció “a los pies” de la misión refuerza su centralidad histórica: San Ignacio se transformó en núcleo poblacional estable (hoy cabecera turística y cultural), y es reconocido como una de las misiones mejor conservadas y más bellas de la península, huella directa de su potencia durante el régimen jesuita.

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