Casi 50 misiones se levantaron entre los siglos XVII y XIX en el territorio que actualmente ocupan dos estados mexicanos y uno de Estados Unidos
Raymundo León/El Sudcaliforniano
La Paz, Baja California Sur.- A lo largo de la Alta y la Baja California se
fundaron 48 misiones bajo órdenes religiosas variadas, pero también se
construyeron visitas o “asistencias” (pequeños establecimientos subordinados a
una misión principal) que ampliaban el área de acción.
El profesor e historiador Sealtiel Pérez Enciso precisó que en la península de
Baja California se establecieron 27 misiones entre 1683 y 1834, mientras que en
la Alta California se establecieron 21 en un periodo abarcó de 1769 a 1833.
En Baja California, las misiones se ubicaron a lo largo de la península, desde
Rosarito hasta San José del Cabo, pasando por Loreto y otros puntos
intermedios, muchas en oasis, valles con agua o sitios indígenas.
Las misiones de Alta California se repartieron a lo largo de la costa, desde
San Diego hasta Sonoma, siguiendo la ruta de El Camino Real.
La orden religiosa que fundó y administró las misiones en esta región de la
Nueva España fue la Jesuita hasta 1767, pero luego de su expulsión por órdenes
del rey de España, los Franciscanos y Dominicos asumieron el dominio del
territorio misionero en Baja California. En la Alta California, las misiones
fueron fundadas principalmente por frailes franciscanos (notablemente Junípero
Serra y sus sucesores).
El historiador dijo que el sistema misional en lo que ahora es Baja California
Sur abarcó aproximadamente desde 1697, con la fundación de la primera misión
permanente, hasta 1833, o en algunos casos un poco después, cuando el gobierno
mexicano decretó la secularización de las misiones.
Durante ese lapso hubo tres fases religiosas dominantes: Los Jesuitas (1697 a
1768) que fueron los fundadores iniciales del sistema misional en la península.
Los Franciscanos (1768 a aproximadamente 1772), que tras la expulsión de los
jesuitas, asumieron temporalmente algunas misiones.
Y los Dominicos (desde 1772-1773 hasta el periodo de secularización), que
tomaron el control formal de las misiones en Baja California Sur y
administraron muchas de ellas hasta su declive.
Las misiones se distribuyeron por toda la península de Baja California Sur,
preferentemente en oasis, valles con fuentes de agua, o sitios indígenas
existentes. Algunas misiones se encontraban en la costa como Loreto, otras
hacia el interior como San Ignacio, Comondú, y en el extremo sur como San José
del Cabo y Santiago.
Entre las misiones que han tenido mayor importancia histórica, arquitectónica o
poblacional, explicó el profesor Pérez Enciso, se encuentran Nuestra Señora de
Loreto Conchó (1697), considerada la “madre de las misiones” en la región, ya
que fue la primera misión permanente. Su iglesia principal data de 1740-1744.
La misión de San Francisco Javier Viggé-Biaundó, fundada en 1699, la cual
destaca por su construcción elaborada con nave en cruz latina y cúpula con
ventanas y vidrios, siendo reconstruida con aporte arquitectónico significativo
en el siglo XVIII.
San Ignacio Kadakaamán (1728). Ubicada en un oasis con palmeras datileras, su
iglesia sobreviviente es imponente. Fue construida en época dominica (1786)
sobre la base jesuita.
San Luis Gonzaga (Chiriyaquí), originalmente una visita en 1721, elevada a
misión en 1737. Las ruinas de sus estructuras sobreviven.
Y San José del Cabo Anuití (1730), situada en el sur extremo de la península,
la cual fue escenario de la rebelión de los pericúes en 1733.
De acuerdo con el historiador San Ignacio Kadakaamán es considerada una de las
misiones en mejor estado de conservación en Baja California Sur. Su estructura
de muro con bloques de piedra volcánica, de hasta 120 centímetros de espesor,
le ha permitido perdurar con su planta principal casi intacta. Conserva en su
interior su altar principal barroco, óleos antiguos y la imagen de San Ignacio
de Loyola.
La misión de Loreto (Nuestra Señora de Loreto Conchó) también conserva
elementos arquitectónicos y museográficos. Parte del edificio original fue
adaptado como museo misional (Museo de las Misiones Jesuíticas), con exhibición
de arte sacro, documentos y objetos religiosos de los siglos XVII-XVIII.
Algunas misiones menos destacadas han perdido los techos o muchas estructuras,
dejándose solo muros o cimientos. Por ejemplo, la Misión Estero de las Palmas
de San José del Cabo Añuití tiene su fachada exterior restaurada y es visible
su puerta original con mosaicos.
Recientemente (2025) se ha restaurado una pintura del siglo XVII en la misión
de Mulegé como testimonio vivo de las misiones jesuíticas.
Pérez Enciso informó que actualmente es el Instituto Nacional de Antropología e
Historia (INAH) la institución federal responsable de proteger, restaurar y
conservar los monumentos históricos en México, incluyendo las misiones
coloniales.
El INAH ha llevado a cabo trabajos de mantenimiento, restauración interior,
impermeabilización y protección de muros. En el Museo de las Misiones
Jesuíticas de Loreto, parte del edificio original misional, el INAH administra
la instalación y sus colecciones (arte religioso, documentos, esculturas) como
parte de su programa museográfico.
En casos particulares, comunidades locales o propietarios están involucrados.
Por ejemplo, en la Misión San Francisco Borja (en Baja California), una familia
propietaria ha mantenido las estructuras y ofrece visitas bajo su cuidado.
También hay proyectos puntuales: el “Mantenimiento Integral del Museo de las
Misiones” es un proyecto del INAH para conservar un monumento histórico
representativo.
El historiador dijo que en estos templos aún se dan oficios Litúrgicos (misas,
bautizos y casamientos, entre otros).
Nuestra Señora de Loreto Conchó
San Francisco Javier (Viggé-Biaundó)
Santa Rosalía de Mulegé
San José de Comondú
Santiago de los Coras
San Ignacio Kadakaamán
Todos Santos
San Luis Gonzaga (ocasionalmente)
Puntualizó que en la época jesuítica, San Ignacio Kadakaamán destacó como la
misión más importante de Baja California Sur por una combinación única de
factores geográficos, demográficos y estratégicos.
Se fundó el 20 de enero de 1728 por el jesuita Juan Bautista de Luyando (con
Sebastián de Sistiaga), en el gran oasis cochimí de Kadakaamán, un sitio con
agua abundante y suelos fértiles que posibilitó agricultura sostenida (viñas,
higueras, granadas, caña) mediante canales y represas, garantizando excedentes
para nutrir a una población creciente y redes de intercambio.
Ese poder agrícola convirtió a San Ignacio en centro de atracción y
redistribución en el desierto central. Desde allí, los jesuitas levantaron
múltiples capillas y visitas en rancherías vecinas para articular el
territorio; las fuentes mencionan ocho capillas promovidas por Luyando y
colaboración con Guadalupe de Huasinapí para huertos regionales, consolidando
una red misional de amplio radio.
San Ignacio fue además frontera avanzada hacia el norte por más de dos décadas:
durante 23-24 años se mantuvo como misión más septentrional de la península
habitada por los jesuitas, punto de partida para las exploraciones de Fernando
Consag y plataforma para la expansión posterior del Camino Real y nuevas
fundaciones.
Su infraestructura revela ambición y resiliencia: además de la iglesia iniciada
por Consag (1733) y concluida en 1786, se erigió un muro de contención de más
de tres kilómetros contra avenidas del arroyo para proteger siembras y poblado,
evidencia de inversión sostenida y organización laboral durante el periodo
jesuítico tardío.
Por último, el oasis-pueblo que creció “a los pies” de la misión refuerza su
centralidad histórica: San Ignacio se transformó en núcleo poblacional estable
(hoy cabecera turística y cultural), y es reconocido como una de las misiones
mejor conservadas y más bellas de la península, huella directa de su potencia
durante el régimen jesuita.






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