Por Fernanda Ramírez/Merca2
El periodismo es una de las
profesiones que se encuentra en una fase interesante de transformación,
propiciada por la llegada de las redes sociales. El poder que ostenta hoy
cualquier internauta de ser escuchado, visto y leído por cientos o miles de
personas hace que nos preguntemos hacia dónde se está moviendo la forma de
comunicar las noticias y si vamos por el rumbo correcto.
Existen factores como la
inmediatez, que hace que el ser consumidores de noticias sea una experiencia
más enriquecedora en comparación con épocas pasadas, debido a las diversas
herramientas que otorga al periodismo la era digital y con las que podemos
enterarnos en segundos de los acontecimientos que ocurren a todo el mundo.
Sin embargo, algunos dislates
protagonizados por diversos medios de comunicación nos obligan a recordar que
aunque las tecnologías evolucionen hacia rumbos inimaginables, existen
principios básicos en el periodismo que deben respetarse y conservarse. El
rigor es uno de ellos.
Cuando hablamos de rigor, uno de
los pilares del buen periodismo, nos referimos a la obligación que tiene todo
periodista y medio de comunicación de verificar cada uno de los datos que tiene
en su poder antes de darlo por válido; confrontar a las fuentes a las que hace
referencia y no publicar nada hasta estar seguro plenamente de que esa
información es verídica.
Pero la propia inmediatez se
puede convertir en un arma de doble filo, si no tratamos con responsabilidad la
información que publicamos.
Para muestra, podemos comentar
una anécdota que quedará en el libro de situaciones vergonzosas protagonizadas
por los medios de comunicación mexicanos: a mediados de la semana pasada, el
periódico Milenio fue blanco de duras críticas debido a una pifia en la que el
rigor periodístico se mostró totalmente ausente.
El rotativo publicó en su portada
una fotografía de contenido gráfico muy explícito, en la que aparecía una
familia calcinada y cuyo titular daba a entender que eran víctimas de la
explosión que ocurrió en el mercado de fuegos artificiales de Tultepec, Estado
de México.
La ya de por sí desafortunada
decisión editorial de publicar una placa tremendamente impactante, se vio
opacada cuando usuarios de redes sociales revelaron que dicha foto no había
sido capturada después de la explosión que ocurrió la semana pasada en el
mercado de San Pablito, sino que correspondía a otra tragedia, la ocurrida en
2010 en San Martín Texmelucan, Puebla.
Otro ejemplo de este fenómeno
pudo verse con fuerza en las pasadas elecciones para la presidencia de Estados
Unidos, que incluso rayó en lo absurdo y por lo mismo debe parecernos aún más
preocupante.
A pocos días de las elecciones,
el dueño de una pizzería de Washington DC se percató de un aumento desmedido de
seguidores en sus redes sociales, al mismo tiempo que éstas se llenaban de
mensajes de odio y amenazas de muerte. Todas ellas eran derivadas de una
información que afirmaba que su restaurante era el sitio en donde operaba un
grupo dedicado al abuso sexual de menores, y cuya lideresa era nada menos que
la candidata Hillary Clinton.
El restaurantero investigó en
internet y no tardó en encontrar cientos de notas que contenían esta
afirmación, y que obviamente era falsa, pero que fue ampliamente difundida por
un buen número de usuarios de redes sociales y simpatizantes de Donald Trump.
Lo anterior alarmó a las
autoridades y expertos en comunicación estadounidenses, pues según datos de la
consultora Pew Research, el 44 por ciento de los norteamericanos se informa a
través de Facebook.
La tendencia no es diferente en
nuestro país. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(INEGI), el 48.4% de los hombres y 63.6% de las mujeres de la población
mexicana alfabetizada suelen enterarse de noticias a través de Internet.
Los ejemplos anteriores, y muchos
más que a diario salen a la luz, son muestras de una realidad en la que, tanto
periodistas como consumidores de noticias, tenemos una responsabilidad con la
manera en que manejamos la información.
Dejó entrever que es necesario
que tengamos especial cuidado en lo que leemos, creemos y compartimos, porque
tanto portales informativos como redes sociales, —sin olvidar a los medios
tradicionales—, se encuentran preocupantemente llenos de noticias derivadas de
investigaciones periodísticas pobres, con poco sustento, con fuentes
raquíticamente consultadas o de noticias, incluso, completamente falsas.
Aunque pareciera que la prioridad
en estos días es otorgar información en tiempo real, es responsabilidad de los
editores y jefes de información interponer la verdad sobre la inmediatez o la
lucha por ganar una exclusiva. Se debe pues, tener respeto por la información,
y así mismo a los lectores y al oficio periodístico tan menospreciado en las
últimas dos décadas.
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